Modelo clásico de la administración
El denominado modelo clásico de la administración surge como una respuesta sistemática a la necesidad de otorgar orden, coherencia y predictibilidad a las organizaciones que emergieron durante la expansión industrial de finales del siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte.
Desde las civilizaciones más tempranas, la humanidad ha recurrido a prácticas administrativas para coordinar esfuerzos colectivos y llevar a cabo proyectos que superaban las capacidades individuales. La construcción de templos monumentales, la organización de ejércitos o la distribución de recursos en sociedades agrícolas exigían algún tipo de ordenamiento, planificación y supervisión. Estas actividades implicaban procedimientos sistemáticos para asignar tareas, controlar el trabajo y asegurar el cumplimiento de objetivos comunes. No obstante, aunque la administración estaba presente como práctica empírica, no existía aún como un campo teórico consciente de sí mismo ni como un objeto de estudio estructurado. Durante siglos, su aplicación se transmitió de manera artesanal, mediante la experiencia directa, la tradición o la autoridad política, sin un cuerpo conceptual formalmente desarrollado.
Fue solo con el advenimiento de la Revolución Industrial, y con la transformación profunda de los sistemas productivos que esta desencadenó, que se hizo evidente la necesidad de comprender la administración desde una perspectiva científica. El crecimiento de las fábricas, la especialización del trabajo, la complejidad creciente de los procesos productivos y la aparición de grandes organizaciones exigieron principios más rigurosos que permitieran coordinar recursos humanos y materiales de forma sistemática. Este contexto histórico propició que, a comienzos del siglo veinte, surgieran los primeros intentos por estudiar la administración como una disciplina autónoma, con métodos de análisis propios y con la aspiración de formular leyes generales sobre el funcionamiento organizacional.
Los pensadores asociados al llamado enfoque clásico desarrollaron modelos centrados en la racionalidad, entendida como la búsqueda deliberada de los medios más adecuados para alcanzar fines específicos. En este marco, la eficiencia se convirtió en un valor central. Se consideraba que tanto las entidades productivas como sus integrantes debían operar bajo principios de orden, previsibilidad y precisión. La organización debía estructurarse de modo que cada función estuviera claramente definida, cada tarea se ejecutara con el mínimo de desperdicio posible y cada trabajador desempeñara un rol optimizado. Esta visión pretendía reducir la incertidumbre y establecer una lógica casi mecánica para el funcionamiento de las empresas, con la convicción de que la aplicación sistemática de técnicas racionales conduciría a un desempeño superior.
Teorías principales
El denominado modelo clásico de la administración se configuró a partir de dos corrientes intelectuales que, aunque distintas en sus supuestos y alcances, compartieron la intención de dotar a las organizaciones de principios sistemáticos para mejorar su funcionamiento. Estas dos corrientes son la teoría de la administración científica y la teoría general de la administración. Ambas surgieron en un contexto histórico marcado por la aceleración industrial, el incremento en la escala de las empresas y la necesidad de establecer marcos conceptuales que permitieran comprender, ordenar y optimizar el trabajo colectivo. Sin embargo, cada una abordó el fenómeno administrativo desde ángulos diferentes: la primera se centró en los procesos operativos y en la conducta del trabajador, mientras que la segunda se orientó hacia la estructura, la autoridad y el diseño integral de las organizaciones.
La teoría de la administración científica tuvo como punto de partida la premisa de que la productividad podía elevarse mediante el estudio riguroso de los métodos de trabajo. Frederick Winslow Taylor desempeñó un papel decisivo al proponer que las tareas debían analizarse de manera sistemática para identificar la forma más eficiente de ejecutarlas. Su enfoque combinó la observación detallada, la medición del tiempo y el análisis de movimientos con el propósito de eliminar esfuerzos innecesarios y estandarizar procedimientos. Con ello buscaba transformar el trabajo en un proceso racionalmente concebido, en el cual cada operario actuara de acuerdo con técnicas previamente determinadas, seleccionadas por su eficacia comprobada. El matrimonio conformado por Frank y Lillian Gilbreth amplió esta visión al estudiar de manera minuciosa los movimientos corporales, con el objetivo de reducir la fatiga y diseñar secuencias óptimas de acción. Sus aportaciones permitieron comprender que la eficiencia no dependía únicamente de la velocidad, sino también de la ergonomía, de la simplificación de gestos y de la armonía entre las capacidades humanas y las exigencias del puesto laboral.
La teoría general de la administración se concentró en los principios que debían guiar la organización como totalidad. Henri Fayol formuló una serie de funciones y normas administrativas que, en su perspectiva, eran aplicables a cualquier tipo de entidad, independientemente del sector o del tamaño. Entre ellas destacaban la planificación, la organización, la dirección, la coordinación y el control, concebidas como procesos interrelacionados que aseguraban la coherencia interna y el logro de los objetivos institucionales. Max Weber, desde un enfoque sociológico, aportó la noción de burocracia como un modelo de autoridad basado en reglas impersonales, jerarquías claramente definidas y competencias delimitadas. Su trabajo puso de relieve que las organizaciones modernas requerían sistemas formales de regulación para garantizar la previsibilidad, la equidad y la continuidad operativa.
M.R.E.A.


