Gerente. Poder real o función simbólica

Gerente. Poder real o función simbólica

El debate acerca del papel del gerente dentro de una organización ha dado origen a dos interpretaciones conceptuales que buscan explicar la magnitud de su influencia en los resultados institucionales. Este debate surge porque las organizaciones son sistemas complejos en los que convergen decisiones humanas, condiciones estructurales y fuerzas ambientales que interactúan de manera dinámica. Comprender el alcance real de la acción directiva es esencial para evaluar con rigor las responsabilidades, capacidades y limitaciones inherentes a la función gerencial.

La primera perspectiva, denominada visión omnipotente de la administración, plantea que los gerentes poseen una influencia determinante sobre el desempeño organizacional. Desde este punto de vista, la eficacia o ineficacia de una institución se explica principalmente a través de la calidad de sus líderes. Se asume que los gerentes no solamente establecen la dirección estratégica, sino que también moldean la cultura, coordinan los recursos, motivan al personal, anticipan riesgos y generan condiciones que favorecen la productividad. Esta visión atribuye a los directivos un grado elevado de control y los considera agentes capaces de transformar la realidad organizacional mediante decisiones racionales, oportunas y bien fundamentadas. La sociedad suele reforzar esta interpretación al premiar o culpar públicamente a los líderes según el éxito o fracaso de sus organizaciones, lo que contribuye a consolidar la imagen del gerente como figura central y casi todopoderosa dentro del proceso administrativo.

En contraste, la visión simbólica de la administración sostiene que la capacidad de influencia del gerente está significativamente condicionada por factores externos que escapan a su control. Estos factores pueden incluir la competencia del mercado, la disponibilidad de recursos, la regulación gubernamental, el comportamiento de los consumidores, las fluctuaciones económicas o las innovaciones tecnológicas. Desde esta perspectiva, los gerentes funcionan más como representantes simbólicos que como agentes absolutamente determinantes. Su papel consiste en dar coherencia, sentido y estabilidad a la organización frente a un entorno incierto, aun cuando sus acciones no siempre puedan modificar de manera sustancial los resultados. Se considera que las decisiones gerenciales adquieren valor principalmente como rituales de legitimación que generan confianza, más que como intervenciones capaces de alterar el curso estructural de los acontecimientos.

La relevancia de estas dos visiones reside en que ambas capturan dimensiones reales del quehacer administrativo. Por un lado, existe evidencia de que el liderazgo influye en la motivación, la coordinación y el clima organizacional. Por otro, es incuestionable que muchas variables decisivas se encuentran fuera del alcance de cualquier directivo, y que incluso las decisiones mejor fundamentadas pueden verse neutralizadas por circunstancias imprevistas. Comprender la tensión entre la omnipotencia atribuida y el carácter simbólico de la función gerencial permite evaluar con mayor precisión el papel del gerente, reconociendo su capacidad de orientar y estructurar la acción organizacional, sin perder de vista las restricciones que impone el entorno. Esta comprensión equilibrada contribuye a construir expectativas más realistas sobre la administración y a valorar adecuadamente tanto los logros como las limitaciones de quienes la ejercen.


Visión omnipotente

La relevancia de los gerentes dentro de las organizaciones se fundamenta en la premisa de que las decisiones que adoptan y las acciones que implementan tienen un efecto directo sobre los resultados institucionales. Este supuesto, ampliamente extendido tanto en la teoría administrativa como en la práctica organizacional, se basa en la idea de que los gerentes operan como agentes estratégicos capaces de coordinar recursos, orientar esfuerzos colectivos y moldear las condiciones bajo las cuales se desarrolla el trabajo. Bajo esta lógica, las fluctuaciones en el desempeño —ya sea en productividad, calidad, eficiencia o rentabilidad— se interpretan como consecuencias de la actuación directiva, lo que convierte al gerente en una figura central dentro del sistema organizacional.

Los gerentes competentes son valorados porque ejercen un rol anticipatorio y adaptativo. Analizan tendencias, reconocen riesgos emergentes, identifican oportunidades y toman decisiones que permiten a la organización responder a entornos cambiantes. Asimismo, intervienen para corregir desviaciones en el desempeño y establecen estructuras que orientan a los equipos hacia metas concretas. Su capacidad para interpretar el contexto, comunicar una dirección clara y generar condiciones favorables para la ejecución del trabajo es vista como un factor determinante para alcanzar resultados positivos. Por ello, cuando las utilidades o indicadores de desempeño muestran avances significativos, los gerentes suelen recibir recompensas económicas y simbólicas, tales como bonos, acciones o reconocimientos institucionales. En sentido contrario, cuando el desempeño disminuye, la posición del gerente se vuelve vulnerable y no es raro que quienes ocupan los niveles más altos de la jerarquía sean removidos, incluso si los factores que provocaron tal deterioro están más allá de su control directo.

Esta lógica responde a la visión omnipotente de la administración, según la cual debe existir un responsable claramente identificable cuando una organización experimenta dificultades. Bajo esta perspectiva, la figura del gerente se convierte en el punto focal de responsabilidad, independientemente de la complejidad del entorno, de las condiciones económicas o de las variables estructurales que puedan haber influido en el desempeño. Del mismo modo, si la organización prospera, se atribuye al gerente el mérito del éxito, aun cuando las circunstancias externas hayan contribuido de forma decisiva a los buenos resultados. Esta atribución de responsabilidad y reconocimiento genera una imagen del gerente como un individuo capaz de controlar, dirigir y resolver cualquier desafío organizacional, reforzando un ideal de liderazgo basado en la autosuficiencia y en la capacidad de influir de manera directa en el destino institucional.

Esta interpretación no se limita al ámbito corporativo. Se extiende también a otros contextos en los que una figura de autoridad dirige a un grupo, como el deporte profesional o estudiantil. En estos escenarios, los entrenadores son percibidos como equivalentes funcionales de los gerentes: cuando los equipos no alcanzan el rendimiento esperado, suelen ser destituidos con la expectativa de que un nuevo liderazgo transformará la situación. Esta práctica ilustra cómo la visión omnipotente permea diversas esferas sociales, alimentando la creencia de que cambiar al líder equivale a corregir el desempeño colectivo.


Visión simbólica

La visión simbólica de la administración sostiene que la capacidad de los gerentes para moldear de manera decisiva el desempeño organizacional está condicionada por un conjunto amplio de fuerzas externas e internas que reducen su margen de acción. Este enfoque rechaza la idea de que los directivos posean un control absoluto sobre los resultados y propone, en cambio, una comprensión más realista de la función gerencial como un ejercicio situado dentro de sistemas complejos, donde múltiples variables interactúan de manera simultánea e impredecible.

Desde esta perspectiva, atribuir el éxito o fracaso organizacional de manera directa y exclusiva a las decisiones del gerente resulta conceptualmente insostenible. El rendimiento institucional está fuertemente influido por factores externos que escapan al control del líder, tales como las fluctuaciones económicas, los cambios en las preferencias de los consumidores, la evolución normativa impuesta por los gobiernos, las estrategias adoptadas por los competidores, las transformaciones tecnológicas en el sector productivo y las condiciones estructurales propias de la industria. Además, las decisiones tomadas por administraciones anteriores también generan inercia organizacional, condicionando las alternativas disponibles para los actuales directivos. Como estos componentes no dependen de la voluntad del gerente, la visión simbólica afirma que su incidencia real en los resultados es necesariamente limitada.

El término “simbólica” se utiliza porque, según este enfoque, las acciones gerenciales poseen un valor representativo más que determinante. Al elaborar planes, formular estrategias o emitir directrices, los gerentes proporcionan a la organización marcos interpretativos que ayudan a comprender situaciones ambiguas o inesperadas. Sus actividades administrativas generan un sentido de orden, dirección y coherencia, aun cuando su capacidad para modificar el entorno sea restringida. En otras palabras, los gerentes actúan como figuras que encarnan la idea de control y estabilidad, pero cuyo poder efectivo se ve moderado por la complejidad del contexto en el que operan.

No obstante, esta visión no pretende reducir la función gerencial a la impotencia. Reconoce que los gerentes ejercen influencia y toman decisiones que orientan el comportamiento colectivo, pero subraya que dicha influencia opera dentro de límites específicos. Las restricciones externas derivan del entorno donde la organización desarrolla sus actividades; las restricciones internas, por su parte, emergen de la cultura organizacional, cuyas normas, creencias y expectativas influyen en la manera en que los dirigentes interpretan los problemas y seleccionan las alternativas de acción. La cultura actúa como un filtro cognitivo y conductual que delimita qué decisiones se consideran apropiadas, posibles o legítimas, condicionando así la libertad de los gerentes para actuar.

 

M.R.E.A.

Administración desde Cero

 

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