Comportamiento ético de los gerentes

Comportamiento ético de los gerentes

El comportamiento ético en el ejercicio de la gestión organizacional es importante ya que los problemas y dilemas éticos surgen de manera inevitable porque la labor gerencial implica la toma constante de decisiones que afectan a personas, recursos y resultados. Esta realidad se presenta en todos los niveles jerárquicos, en todas las áreas funcionales y en organizaciones de cualquier tipo y tamaño, debido a que la ética no depende de la magnitud de la empresa ni de su sector, sino de la interacción humana y del uso responsable del poder de decisión.

Los gerentes enfrentan dilemas éticos porque su función central consiste en coordinar esfuerzos individuales y colectivos para alcanzar objetivos organizacionales. En este proceso, deben equilibrar intereses que con frecuencia entran en conflicto, como la eficiencia económica, el bienestar del personal, la satisfacción de los clientes, el cumplimiento de normas legales y el impacto social de las acciones organizacionales. Esta tensión entre objetivos divergentes genera situaciones en las que no existe una única alternativa claramente correcta, sino varias opciones con consecuencias éticas distintas.

Durante la planeación, los gerentes toman decisiones relacionadas con metas, estrategias y asignación de recursos. Estas decisiones tienen implicaciones éticas porque determinan prioridades y excluyen otras posibilidades. Por ejemplo, decidir invertir en una línea de productos, reducir costos laborales o expandirse a nuevos mercados implica evaluar no solo la viabilidad técnica y financiera, sino también los efectos sobre el empleo, la equidad, la seguridad y el entorno social. En este sentido, la ética se integra al proceso de planeación como un criterio que orienta la responsabilidad a largo plazo.

En la función de organización, los dilemas éticos aparecen al definir estructuras, roles y sistemas de autoridad. La forma en que se distribuye el poder, se establecen jerarquías y se asignan responsabilidades influye directamente en la justicia organizacional y en el trato digno de las personas. Un gerente debe considerar si los mecanismos de control y coordinación respetan la autonomía, la igualdad de oportunidades y la transparencia, o si, por el contrario, fomentan prácticas discriminatorias o abusivas.

La dirección, entendida como la guía y motivación del personal, es especialmente sensible desde el punto de vista ético porque implica influir en el comportamiento de otros. Los gerentes enfrentan dilemas al decidir cómo ejercer el liderazgo, qué estilos de comunicación utilizar y qué incentivos ofrecer. El uso de la persuasión, la autoridad o la presión puede generar resultados inmediatos, pero también puede afectar la integridad, la confianza y el desarrollo moral de los colaboradores. Por ello, la ética se convierte en un componente esencial del liderazgo responsable.

En la función de control, los problemas éticos se manifiestan al establecer indicadores de desempeño, sistemas de evaluación y mecanismos de corrección. Medir resultados y corregir desviaciones es necesario para la eficacia organizacional, pero también plantea interrogantes éticos sobre la privacidad, la equidad y la proporcionalidad de las sanciones. Un control excesivo o mal diseñado puede generar estrés, desconfianza y comportamientos oportunistas, mientras que un control éticamente fundamentado busca el aprendizaje y la mejora continua.

Además, los gerentes deben considerar no solo el resultado final de sus decisiones, sino también el proceso mediante el cual se toman. Un proceso ético se caracteriza por la honestidad, la coherencia, la participación informada y el respeto a las normas morales y sociales. Incluso una decisión con resultados favorables puede ser éticamente cuestionable si se alcanza mediante engaño, exclusión o manipulación.

Toda decisión gerencial afecta a múltiples grupos, como empleados, clientes, proveedores, comunidades y la sociedad en general. Esta multiplicidad de actores obliga a los gerentes a evaluar quiénes se verán afectados y de qué manera, reconociendo que sus acciones trascienden el ámbito interno de la organización. Por esta razón, los dilemas éticos son inherentes a la gestión y constituyen un desafío permanente que requiere reflexión crítica, sensibilidad moral y responsabilidad social en todos los contextos organizacionales.


Factores que determinan el comportamiento ético  y el no ético

El análisis del comportamiento ético en las organizaciones exige una comprensión integral de los factores que influyen en la toma de decisiones individuales frente a dilemas morales. La ética no puede explicarse únicamente como una cualidad personal aislada, sino como el resultado de la interacción entre el desarrollo moral del individuo y el contexto organizacional en el que actúa. Por ello, para evaluar si una persona adopta una conducta ética o no ética, es necesario considerar tanto su nivel de razonamiento moral como un conjunto de variables moderadoras que condicionan su comportamiento.

Entre estas variables se encuentran las características individuales, como los valores, la personalidad y la experiencia previa, así como elementos propios de la organización, entre ellos el diseño estructural, las normas formales y la cultura institucional. Asimismo, la intensidad del problema ético desempeña un papel determinante, ya que la gravedad percibida de las consecuencias, el grado de consenso social y el alcance del daño influyen en la forma en que los individuos interpretan y responden a una situación moralmente conflictiva. En este marco, la conducta ética emerge como un fenómeno complejo, en el que las disposiciones personales y las condiciones organizacionales pueden reforzarse mutuamente o, por el contrario, entrar en contradicción.

Etapa del desarrollo moral

La investigación en psicología moral ha demostrado que la capacidad de los individuos para razonar sobre lo correcto y lo incorrecto no surge de manera homogénea ni permanece estática a lo largo de la vida, sino que evoluciona mediante etapas progresivas de desarrollo. Con base en estos estudios, el desarrollo moral se organiza en tres niveles generales, cada uno integrado por dos etapas, que reflejan una transición gradual desde una moralidad controlada por factores externos hacia una moralidad fundamentada en principios internos. A medida que el individuo avanza de una etapa a otra, su juicio moral se vuelve menos dependiente de recompensas, castigos o presiones sociales, y más guiado por convicciones personales y razonamientos autónomos.

El primer nivel, conocido como preconvencional, se caracteriza por una orientación egocéntrica del razonamiento moral. En esta fase, las personas evalúan sus acciones principalmente en función de las consecuencias directas que estas tienen para sí mismas. Lo correcto se asocia con la evitación del castigo y la obtención de beneficios personales, mientras que lo incorrecto se define por la posibilidad de recibir sanciones o perder recompensas. La autoridad externa, representada por figuras de poder o sistemas de control, es el principal referente moral, y las normas se cumplen no por convicción, sino por conveniencia o temor a las consecuencias.

El segundo nivel, denominado convencional, refleja una mayor integración del individuo en su entorno social. En esta etapa, el juicio moral se orienta hacia el mantenimiento del orden social y la aceptación por parte de los demás. Las decisiones éticas se fundamentan en el deseo de cumplir con expectativas compartidas, preservar relaciones interpersonales y ajustarse a normas sociales consideradas legítimas. La persona actúa de acuerdo con lo que se espera de ella como miembro de un grupo, valorando la lealtad, el deber y el respeto a las reglas como elementos centrales del comportamiento correcto.

El tercer nivel, conocido como nivel de principios o posconvencional, representa la forma más avanzada de desarrollo moral. En esta fase, los individuos elaboran sus criterios éticos de manera autónoma, basándose en principios universales como la justicia, la equidad y el respeto por la dignidad humana. Las normas y leyes son evaluadas críticamente, y su cumplimiento depende de su coherencia con los valores morales internalizados. En consecuencia, una persona en este nivel puede cuestionar o desafiar reglas establecidas cuando las considera injustas o contrarias a principios éticos fundamentales.

El avance a través de las seis etapas se produce de manera secuencial, ya que cada nivel supone un mayor grado de complejidad cognitiva y moral. No obstante, el desarrollo moral no es necesariamente continuo ni garantizado, y muchos individuos se estabilizan en determinadas etapas. Las investigaciones indican que la mayoría de los adultos se sitúan en la cuarta etapa, caracterizada por el respeto a las normas y la obediencia a la autoridad como medio para mantener el orden social. En este sentido, suelen exhibir conductas éticas, aunque motivadas más por el cumplimiento del deber que por una reflexión crítica sobre los principios subyacentes.

En el contexto organizacional, estas diferencias en el desarrollo moral tienen implicaciones directas en la toma de decisiones gerenciales. Un gerente ubicado en la tercera etapa tiende a orientar su comportamiento hacia la aprobación de sus colegas y superiores, buscando aceptación y reconocimiento dentro del grupo. En la cuarta etapa, el gerente se concibe a sí mismo como un miembro responsable de la organización y procura actuar conforme a las reglas, políticas y procedimientos establecidos, adoptando el rol de un ciudadano corporativo comprometido con el orden institucional. En contraste, un gerente que ha alcanzado la quinta etapa del desarrollo moral puede cuestionar prácticas organizacionales que considera éticamente problemáticas, aun cuando estas sean aceptadas o toleradas por la mayoría, guiando sus decisiones por principios internos que trascienden las normas formales.

Nivel

Preconvencional

  1. Se siguen las reglas para evitar el castigo físico.
  2. Se siguen las reglas únicamente cuando hacerlo reporta un beneficio inmediato.

Convencional

  1. Se busca dar cumplimiento a las expectativas de las personas cercanas.
  2. Se mantiene un orden convencional mediante el cumplimiento de las    obligaciones que se han asumido.

De principios

  1. Se valoran los derechos de los demás; hay un apego a valores y derechos absolutos, independientemente de la opinión de la mayoría.
  2. Se actúa con base en principios éticos elegidos por uno mismo, incluso si éstos quebrantan la ley.

Características individuales

Dos características individuales influyen de manera decisiva en la forma en que las personas enfrentan y resuelven los dilemas éticos dentro de las organizaciones. Estas características actúan como filtros cognitivos y morales que orientan la interpretación de las situaciones y la elección de conductas, incluso cuando los individuos se encuentran sujetos a las mismas normas y condiciones laborales.

  • Los valores: constituyen el conjunto de creencias fundamentales que una persona posee acerca de lo que considera correcto o incorrecto, deseable o indeseable. Cada individuo ingresa a una organización con un sistema de valores previamente formado y profundamente arraigado, producto de un proceso de socialización que inicia en la infancia y se fortalece a lo largo de la vida. La influencia de la familia, la escuela, los grupos de amigos y otras figuras significativas contribuye a la construcción de estos referentes éticos, los cuales suelen mantenerse relativamente estables en la edad adulta.

Debido a esta diversidad de experiencias formativas, es común que los empleados de una misma organización posean valores distintos, incluso cuando comparten objetivos laborales o funciones similares. Aunque los valores guardan relación con el desarrollo moral, no son conceptos equivalentes. Los valores tienen un carácter amplio y abarcan múltiples ámbitos de la vida, mientras que la etapa de desarrollo moral refleja el grado de autonomía del individuo frente a presiones externas al momento de emitir juicios éticos. En consecuencia, dos personas con valores similares pueden diferir en su manera de actuar éticamente, dependiendo de su nivel de independencia moral.

  • La personalidad: desempeña un papel central en el comportamiento ético, ya que influye en la coherencia entre las creencias morales y las acciones concretas. En este ámbito, dos variables resultan especialmente relevantes para comprender por qué los individuos actúan de manera ética o no ética ante situaciones similares.
    • La fuerza del yo: se refiere a la solidez de las convicciones personales y a la capacidad del individuo para mantenerse fiel a ellas frente a presiones internas o externas. Las personas con una fuerza del yo elevada tienden a resistir impulsos que podrían llevarlas a comportamientos no éticos, aun cuando estos les ofrezcan beneficios inmediatos o eviten conflictos. Este rasgo favorece la congruencia entre los juicios morales y las conductas observables, ya que el individuo actúa de acuerdo con lo que considera correcto, incluso en contextos adversos. En contraste, quienes presentan una baja fuerza del yo suelen mostrar mayor inconsistencia entre sus valores y sus acciones, cediendo con mayor facilidad a influencias externas.
    • El locus de control: describe el grado en que una persona percibe que tiene dominio sobre los acontecimientos que afectan su vida. Los individuos con un locus de control interno consideran que sus decisiones y esfuerzos influyen directamente en los resultados que obtienen, por lo que tienden a asumir responsabilidad por sus actos. Esta percepción los lleva a guiar su comportamiento ético a partir de estándares internos y a actuar de manera coherente con sus juicios morales.

Por el contrario, las personas con un locus de control externo atribuyen lo que les sucede a factores como la suerte, el azar o fuerzas ajenas a su control. Como resultado, es menos probable que asuman plena responsabilidad por sus acciones y más probable que ajusten su conducta a presiones externas, normas impuestas o expectativas de otros, lo que puede debilitar la consistencia ética de su comportamiento.

Variable estructurales

El comportamiento ético dentro de las organizaciones no depende únicamente de las características individuales de los empleados, sino que está profundamente influido por el diseño estructural que regula su actuación cotidiana. La estructura organizacional establece el marco formal en el que se definen responsabilidades, se delimitan márgenes de acción y se transmiten expectativas de conducta. Cuando este marco reduce la ambigüedad y la incertidumbre mediante reglas claras, reglamentos formales y lineamientos explícitos, proporciona a los empleados referentes consistentes sobre lo que se considera una conducta aceptable, lo que favorece decisiones alineadas con principios éticos.

Las estructuras organizacionales que incorporan mecanismos formales de orientación, como códigos de conducta, políticas internas y procedimientos estandarizados, cumplen una función normativa que va más allá del control operativo. Estos elementos actúan como recordatorios constantes de los valores que la organización promueve y de los límites éticos que no deben ser transgredidos. En ausencia de estas guías, los empleados pueden interpretar las situaciones de manera subjetiva, lo que incrementa la probabilidad de conductas oportunistas o moralmente cuestionables, especialmente en contextos de presión o incertidumbre.

Entre las variables estructurales que influyen de manera significativa en las decisiones éticas se encuentran los métodos de trabajo, los sistemas de evaluación del desempeño y los procedimientos de asignación de recompensas. Estos componentes no solo orientan la forma en que se realizan las tareas, sino que también envían señales implícitas sobre qué comportamientos son valorados y cuáles son tolerados o sancionados. En este sentido, la estructura organizacional actúa como un sistema de incentivos morales que puede reforzar o debilitar la conducta ética.

El uso de metas como instrumento de dirección y motivación ilustra con claridad esta influencia. Si bien las metas permiten enfocar esfuerzos y mejorar el rendimiento, también pueden generar efectos no deseados cuando se convierten en el único criterio de éxito. Las investigaciones muestran que las personas que no logran cumplir con los objetivos establecidos presentan una mayor propensión a incurrir en conductas no éticas, independientemente de la existencia de recompensas económicas asociadas. La presión por alcanzar resultados puede llevar a justificar prácticas indebidas como un medio para evitar el fracaso o las sanciones.

De manera similar, el sistema de evaluación del desempeño desempeña un papel clave en la configuración del comportamiento ético. Los modelos que se concentran exclusivamente en los resultados finales tienden a ignorar los procesos mediante los cuales estos se obtienen. En estos casos, los empleados pueden verse tentados a recurrir a cualquier estrategia que les permita mostrar un buen desempeño, sin considerar las implicaciones éticas de sus acciones. Cuando el éxito se interpreta como una justificación suficiente, se corre el riesgo de normalizar conductas no éticas, especialmente si los gerentes no corrigen de manera oportuna a los empleados que obtienen resultados positivos mediante prácticas cuestionables. Esta tolerancia implícita puede convertir a dichos individuos en referentes negativos para el resto de la organización.

La asignación de recompensas, estrechamente vinculada a los sistemas de reconocimiento y castigo, refuerza estas dinámicas. Cuando las recompensas dependen de forma rígida del logro de objetivos específicos, se incrementa la presión sobre los empleados para alcanzarlos a toda costa. En este contexto, los estándares éticos personales pueden verse comprometidos si los individuos perciben que su estabilidad laboral, su prestigio o sus beneficios dependen exclusivamente de los resultados cuantificables. Por el contrario, los sistemas de recompensas que reconocen tanto el desempeño como la integridad del proceso contribuyen a fortalecer una cultura organizacional en la que la ética es parte integral del éxito.

Intensidad del problema ético

Seis características determinan la intensidad del problema ético o la importancia que tiene para un individuo:

  1. la magnitud del daño
  2. el consenso respecto de qué es incorrecto
  3. la probabilidad de ocasionar daño
  4. la inminencia de las consecuencias
  5. la proximidad de las víctimas
  6. la concentración del efecto

La percepción que un individuo tiene sobre la gravedad de un dilema moral no depende únicamente de sus valores personales o de las normas organizacionales, sino también de la intensidad del problema ético que enfrenta. Esta intensidad se refiere al grado de relevancia moral que una situación adquiere para la persona que debe tomar una decisión y está determinada por un conjunto de características que influyen en cómo se evalúan las posibles consecuencias de una acción. Cuanto mayor es la intensidad percibida, mayor es la probabilidad de que el individuo reflexione cuidadosamente y adopte una conducta ética.

La magnitud del daño constituye uno de los factores centrales en esta evaluación. Cuando una acción puede generar consecuencias negativas severas, ya sea en términos físicos, psicológicos, económicos o sociales, el dilema adquiere un peso moral considerable. Los individuos tienden a otorgar mayor importancia ética a situaciones en las que el daño potencial es significativo, en comparación con aquellas cuyas consecuencias se perciben como leves o fácilmente reversibles.

Otro elemento relevante es el grado de consenso social respecto de lo que se considera incorrecto. Cuando existe un acuerdo amplio entre distintas personas, grupos o culturas sobre la naturaleza inmoral de una conducta, la ambigüedad ética se reduce. Este consenso facilita que el individuo identifique la acción como problemática desde el punto de vista moral, lo que incrementa la presión interna para actuar de manera responsable y acorde con normas éticas compartidas.

La probabilidad de ocasionar daño también influye de manera decisiva en la intensidad del problema ético. No es lo mismo enfrentar una acción que podría causar perjuicios de forma remota que una cuya consecuencia negativa es altamente probable. A medida que aumenta la certeza de que el daño ocurrirá, la situación se percibe como más grave y urgente, lo que refuerza la necesidad de una respuesta ética consciente.

La inminencia de las consecuencias se refiere al intervalo de tiempo entre la acción y sus efectos. Cuando los resultados negativos son inmediatos o se manifestarán en el corto plazo, la conexión entre la decisión y el daño se vuelve más evidente. Esta cercanía temporal intensifica la carga moral del dilema, ya que el individuo percibe de forma más directa la responsabilidad sobre los efectos de su conducta.

La proximidad de las víctimas es otro factor que incrementa la relevancia ética de una situación. Las personas suelen reaccionar con mayor sensibilidad moral cuando el daño afecta a individuos con los que mantienen una relación cercana, ya sea emocional, social o física. En contraste, cuando las víctimas son anónimas o distantes, el impacto ético puede percibirse como menos significativo, aun cuando el daño sea objetivamente similar.

Finalmente, la concentración del efecto se refiere a la forma en que el daño se distribuye entre las personas afectadas. Un perjuicio intenso que recae sobre un número reducido de individuos suele generar una mayor preocupación ética que un daño menor disperso entre muchas personas. La percepción de un impacto concentrado intensifica la responsabilidad moral, ya que el sufrimiento de las víctimas resulta más visible y concreto.


Ética en el contexto internacional

La ética en el contexto internacional adquiere una complejidad particular debido a la diversidad de sistemas culturales, sociales y normativos que coexisten en el entorno global. Si bien es posible identificar ciertos principios morales compartidos entre las sociedades, como el rechazo al daño deliberado o a la injusticia evidente, estas coincidencias no eliminan las profundas diferencias en la forma en que cada país interpreta y aplica los criterios de lo que se considera una conducta ética o no ética. En consecuencia, el comportamiento moral en el ámbito internacional no puede analizarse de manera uniforme, ya que está condicionado por valores culturales, tradiciones históricas y estructuras institucionales específicas.

Las diferencias sociales y culturales influyen de manera directa en las percepciones sobre la autoridad, la responsabilidad individual, la equidad y la legitimidad de determinadas prácticas empresariales. Normas que en un país se consideran aceptables o incluso deseables pueden ser vistas como inapropiadas o reprobables en otro. Estas variaciones generan desafíos éticos para las organizaciones y sus directivos, quienes deben tomar decisiones en contextos donde los referentes morales no siempre coinciden con los de su cultura de origen.

Por esta razón, los gerentes que desempeñan funciones en entornos internacionales necesitan desarrollar una sensibilidad ética intercultural. Esto implica comprender los factores sociales, culturales, políticos y legales que determinan las conductas consideradas apropiadas en cada país. El desconocimiento de estos elementos no solo puede dar lugar a conflictos éticos, sino también a consecuencias legales y a la pérdida de legitimidad social de la organización. Reconocer estas diferencias no significa renunciar a los principios éticos propios, sino entender el contexto en el que se aplican y las implicaciones de las decisiones adoptadas.

En este marco, las empresas que operan a nivel internacional tienen la responsabilidad de definir y comunicar con claridad sus propios parámetros éticos. La existencia de lineamientos explícitos permite que los empleados comprendan qué se espera de su comportamiento cuando trabajan en el extranjero, especialmente en situaciones donde las prácticas locales puedan entrar en tensión con los valores corporativos. Esta claridad normativa añade una dimensión adicional al proceso de formulación de juicios éticos, ya que los individuos deben integrar las expectativas de la organización con las normas del entorno local.

Una referencia relevante para promover una conducta ética en el ámbito internacional de los negocios es el Pacto Mundial, una iniciativa impulsada por la Organización de las Naciones Unidas. Este marco propone principios orientadores en áreas fundamentales como los derechos humanos, las normas laborales, la protección del medio ambiente y la lucha contra la corrupción. Su finalidad es establecer estándares mínimos de conducta responsable que trasciendan las fronteras nacionales y sirvan como base común para las empresas que operan en el escenario global.

Las organizaciones que se adhieren a este compromiso lo hacen bajo la premisa de que la comunidad empresarial internacional desempeña un papel crucial en el desarrollo sostenible y en la mejora de las condiciones económicas y sociales a nivel mundial. Al asumir estos principios, las empresas reconocen que su responsabilidad ética no se limita al cumplimiento de la legislación local, sino que se extiende a la promoción de prácticas justas, transparentes y respetuosas de la dignidad humana en todos los contextos en los que operan. De este modo, la ética internacional se convierte en un componente esencial de la gestión responsable y de la legitimidad de las organizaciones en un mundo interconectado.

El Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)

Derechos humanos

Principio 1: Las empresas deben apoyar y respetar la protección de los derechos humanos proclamados en el ámbito internacional.

Principio 2: Las empresas deben asegurarse de no ser cómplices en abusos a los derechos humanos.

Normas laborales

Principio 3: Las empresas deben respetar la libertad de asociación y el reconocimiento efectivo del derecho a la negociación colectiva.

Principio 4: Las empresas deben eliminar todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio.

Principio 5: Las empresas deben abolir de forma efectiva el trabajo infantil.

Principio 6: Las empresas deben eliminar la discriminación con respecto al empleo y la ocupación.

Medio ambiente

Principio 7: Las empresas deben apoyar los métodos preventivos respecto a los problemas ambientales.

Principio 8: Las empresas deben adoptar iniciativas para promover una mayor responsabilidad ambiental.

Principio 9: Las empresas deben fomentar el desarrollo y la difusión de tecnologías respetuosas con el medio ambiente.

Lucha contra la corrupción

Principio 10: Las empresas deben trabajar contra la corrupción en todas sus formas, incluidas la extorsión y el soborno.

 

 

 

M.R.E.A.

Administración desde Cero

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